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martes, 27 de marzo de 2012
A la intemperie, 3 mil damnificados de Oaxaca
*.- Habitantes de Santiago Tepextla lamentan que el temblor de la semana pasada acabara con sus casas; ahora comen tacos de chile con plátano
Entre los afectados por el sismo en Oaxaca (45 mil, según informa el gobierno estatal), hay más de 3 mil personas que, por “la inhabitabilidad de sus hogares”, permanecen a la intemperie.
Aquí, en Santiago Tepextla, municipio de campesinos pobres afromexicanos (mexicanos negros, descendientes de la llamada “tercera raíz” de México: de los africanos que vinieron a nuestro país como esclavos durante la Conquista), municipio ubicado en la Costa Chica, justo en la frontera con Cuajinicuilapa Guerrero (la otra cuna de los negros mexicanos, además de Yanga, en Veracruz), es el lugar donde más daños hubo en territorio oaxaqueño, junto con Pinotepa Nacional: de mil casas que hay en el municipio, alrededor del 15 por ciento están dañadas en diversos grados, según informa el regidor de Salud, Heladio Antonio Cisneros. Y de las más de 150 viviendas afectadas, la gran mayoría, unas 100, ya no sirven.
En la casa de adobe de Leoncio, un fornido afromexicano de 47 años, ni él, ni su esposa, ni su hija de 21 años, ni sus otros tres hijos, entran a dormir. Lo que queda de sus muros parece que se derrumbará en cualquier momento. El hombre toma con sus manos una porción de una pared colapsada, agrietada, y la mueva como si fuera una pesada cortina: el adobe y sus varitas enlodadas se mecen inverosímilmente, como si ondearan.
—Mi hija (señala a la veinteañera sentada en una hamaca), se apagó. Se traumó. Se quedó muda un día, tirada en esa cama que pusimos ahí (apunta a una catresote donde duermen en un solar frente a lo que queda de su casa). No contestaba. Estaba pálida… —cuenta. La hija, que se mece bajo un mango y un zapote, dice que no se acuerda de nada.
A unos cientos de metros de ahí una mujer de rasgos negros baña a su pequeño hijo en una tina de plástico que ha colocado entre cuatro palos, arriba de los cuales, por las noches, coloca una sábana en calidad de techo bajo el cual dormir. Al lado yace su casa. Bueno, lo que fue su casa: una masa deforme de adobe, láminas y varas. Todo se vino abajo, se hizo pedazos. Pero eso no le importa en este momento.No, ella está preocupada por lo que van a comer. En medio de la tragedia, y la pobreza de siempre, sonríe con dignidad.
—Ya llevamos varios días con chile, plátano y tortilla… Hoy, comemos gallina. Ahorita la mato...A esa que ya no tiene pollitos…
Uno de sus hijos chilla. No quiere que maten a la gallina. “¿Quieres comer, o tortilla con chile?” El niño calla de inmediato...
Decenas de mujeres hacen lo mismo: cerca de los restos de sus moradas acondicionan grandes camas donde dormirán con sus esposos y sus múltiples crías. Y, en búsqueda de relativa intimidad, colocan verticalmente sábanas y colchas en calidad de mosquiteros multicolores que se mecen con el viento. La desgracia pintada de colores.
Aunque, siempre hay alguna buena noticia en medio de la calamidad: a una treintena de kilómetros de ahí, casi pegada al mar, está la congregación de Tecoyame. El orgulloso pueblito donde los afromexicanos habitaban en redonditos, esas viviendas circulares de recio adobe y paja, idénticas a las de comunidades rurales de África. La última de esas viviendas que existe en el lugar, quizá en todo México, resistió el sismo. Su orgullosa dueña de 87 años, Agustina, posa junto a ella:
—Antes me muero yo a que se caiga. Es de Historia…
FUENTE: http://impreso.milenio.com/node/9136553
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